Hannah Sell, secretaria general del Partido Socialista.
CIT en Inglaterra y Gales.
Mientras la pandemia de Covid sigue haciendo estragos en el mundo, las clases capitalistas del mundo están -si cabe- aún más asustadas de lo que tendrán que afrontar a medida que disminuya el control del virus. Entienden que la pandemia ha actuado para acelerar la crisis de su sistema y ha revelado sus fallos a miles de millones de personas.
También ha perturbado todas las relaciones existentes en la sociedad, entre las clases capitalistas nacionales, los diferentes sectores de los capitalistas y, sobre todo, entre la mayoría trabajadora y pobre y las élites gobernantes. Aunque la humanidad se alegrará cuando la pandemia retroceda, queda excluido que vaya a ser seguida por la estabilidad y el crecimiento saludable del capitalismo en todo el mundo. Por el contrario, el periodo que se avecina será de mayor conflicto y agitación, tanto entre naciones como entre clases.
Los capitalistas temen las revueltas
Es el miedo a las revueltas que se avecinan -presagiadas por el movimiento Black Lives Matter, por un lado, y por la base electoral de Trump, por otro- el mayor factor del enorme paquete de estímulo de U$1,9 trillones de dólares (1,9×1012) introducido en Estados Unidos por la nueva presidencia de Biden. Tras cuarenta años de estancamiento salarial para la mayoría, más de 140 millones de estadounidenses vivían oficialmente en la pobreza antes de la pandemia. Ahora su situación es mucho peor. El estímulo es apoyado por la mayoría de la clase capitalista estadounidense -una encuesta mostró que el 71% de los directores ejecutivos están de acuerdo con él- porque esperan que ponga en marcha el crecimiento y apuntale la base social del capitalismo en Estados Unidos.
Las medidas incluidas en el estímulo serán bien recibidas por millones de estadounidenses que necesitan urgentemente pagar sus deudas y comprar artículos de primera necesidad. Pero están muy lejos del New Deal, con el que se ha comparado el paquete de estímulo, que fue implementado por el capitalismo estadounidense en la década de 1930. Esta vez, las medidas acordadas hasta ahora son pagos en efectivo a corto plazo en los bolsillos de los trabajadores, en lugar de una mejora a largo plazo de sus ingresos o condiciones de vida. Incluso la introducción de un salario mínimo federal de 15 dólares la hora fue eliminada del paquete final. El estímulo aumentará el crecimiento estadounidense a corto plazo. Dado el tamaño de la economía estadounidense, también se prevé que aumente las cifras de crecimiento mundial, pero no logrará el objetivo de Biden de dar estabilidad a Estados Unidos.
Sin embargo, a pesar de todas sus insuficiencias, el paquete de estímulo de Biden empequeñece las propuestas de las clases capitalistas de Europa, por no hablar del enclenque capitalismo británico. El gobierno de este país confía enteramente en la continuación del despliegue de la vacuna para limitar la hospitalización y la muerte de cualquier tercera ola, y por lo tanto para impulsar la recuperación económica.
Después de haber sufrido la recesión más profunda en tres siglos, la apertura de la sociedad conducirá, por supuesto, a un cierto crecimiento económico. Una parte de los que han conservado su empleo con el sueldo completo han podido acumular importantes ahorros, que se estiman en más de 100.000 millones de libras. Sin embargo, el impulso derivado del gasto de algunos ahorros acumulados será limitado y no superará ninguna de las crisis subyacentes del capitalismo británico.
La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria estima que, incluso en el supuesto de que no estalle una nueva crisis económica, la economía del Reino Unido estará un 3% por debajo de su tendencia anterior a la crisis en 2024, y los ingresos reales estarán un 4,3% por debajo, lo que equivale a una media de 1.200 libras al año. Johnson se engaña si piensa que incluso aquellos sectores de la clase trabajadora que disfrutan temporalmente de “derrochar algo de dinero”, se encogerán de hombros ante un nuevo recorte salarial sostenido o se olvidarán de lo que han sufrido en el último año. Muchos tendrán parientes y amigos que han perdido sus trabajos o incluso sus vidas durante la pandemia.
Austeridad pospandémica
Al mismo tiempo, el gobierno tory ha señalado brutalmente su intención de infligir una austeridad post-pandémica a la clase trabajadora. La riqueza de los multimillonarios británicos se disparó un 35% durante la pandemia, pero son los trabajadores que mantuvieron la sociedad en funcionamiento, a menudo arriesgando su propia salud para hacerlo, los que se espera que se aprieten el cinturón. Así lo demuestra la propuesta de congelamiento salarial del sector público y el insignificante aumento del 1% para el personal sanitario. También lo demuestra la nueva ronda de austeridad salvaje que se está infligiendo a los empleos y servicios de las autoridades locales. Los ayuntamientos siguen enfrentándose a un déficit de 600 millones de libras de Covid, y el 94% de ellos prevén nuevos recortes en el próximo ejercicio, junto con una subida colectiva de 2.000 millones de libras en los impuestos municipales.
El plan de subsidios terminará a finales de septiembre, y al mismo tiempo se recortará el Crédito Universal (ayuda o prestación social del gobierno para personas con bajos ingresos). Los que ya están desempleados se quedarán sin lo suficiente para sobrevivir al mismo tiempo que se engrosa su número. Los trabajadores de todas las edades se verán afectados, pero los jóvenes se enfrentan a la mayor pesadilla. Dos tercios de la caída del empleo hasta la fecha corresponden a los jóvenes.
Al mismo tiempo, los empresarios se aprovechan de la pandemia para intentar rebajar los salarios y las condiciones mediante el “despido y recontratación” y otras medidas. En muchas industrias se está llevando a cabo una salvaje ofensiva contra los representantes sindicales que luchan, incluidos los miembros del Partido Socialista, con el fin de preparar el terreno para los ataques a la fuerza de trabajo en su conjunto.
Para prepararse para la inevitable reacción de la clase obrera a la ofensiva de los tories y la patronal, el gobierno de Johnson está tratando de reforzar la represión estatal y recortar los derechos democráticos. El proyecto de ley sobre la policía y el crimen, que pone nuevos límites legales al derecho a la protesta y amenaza con diez años de cárcel a los manifestantes que dañen estatuas, es una muestra de ello, al igual que los ataques policiales a los manifestantes pacíficos contra el proyecto de ley.
Sin embargo, ninguna de estas medidas antidemocráticas funcionará. La amenaza del proyecto de ley ya ha estimulado protestas predominantemente juveniles en pueblos y ciudades de todo el país, reuniendo a muchos de los que se han manifestado por diferentes cuestiones: desde Black Lives Matter, pasando por los fallidos resultados de los exámenes de graduación escolar, hasta la asistencia a las vigilias por el asesinato de Sarah Everard. Lamentablemente, la determinación de los jóvenes manifestantes no ha sido igualada por los líderes del movimiento sindical. Mientras que muchos sindicalistas individuales han salido a las calles junto con el Partido Socialista, una presencia sindical organizada ha estado ausente en gran medida.
Ante el tsunami de ataques que va a llover sobre la clase trabajadora y los jóvenes, ninguna ley impedirá que surjan todo tipo de movimientos de protesta, algunos de los cuales podrán obligar al gobierno a retroceder. Sin embargo, lo que se necesita es un movimiento unido, que reúna a todas las fuerzas dispares de la clase obrera y de los jóvenes que se oponen a la austeridad post-pandémica. Los sindicatos, con más de seis millones de miembros, son las mayores organizaciones democráticas de la clase trabajadora en Gran Bretaña, y tienen el poder potencial de coordinar una lucha unida contra todos los ataques del gobierno y de la patronal.
Los sindicatos deben liderar
En la primera fase de la pandemia, la mayoría de los líderes sindicales cayeron en la trampa de la “unidad nacional”, aceptando la falsa idea de que los tories y el movimiento sindical tenían intereses comunes: resumida por Frances O’Grady, secretaria general de la Federación sindical TUC (Trades Union Congress) apareciendo en las escaleras de Downing Street con el canciller tory. Hoy en día, sigue habiendo una crisis en la cúpula del movimiento sindical.
Una tarea esencial para los socialistas es hacer campaña por la elección de líderes sindicales de izquierda que luchen, además de esforzarse por que los sindicatos luchen en defensa de sus propios miembros y por una acción coordinada contra la austeridad de Covid. En lo inmediato, la movilización por un día nacional de acción por el derecho a la protesta y en apoyo de las demandas de los trabajadores del Sistema Nacional de Salud (NHS) por un aumento salarial del 15%, vinculado a la ruptura del tope salarial del sector público, sería un paso importante para preparar la acción de huelga coordinada.
Si se diera una pista, no cabe duda de que el movimiento sindical podría empezar a aprovechar la enorme rabia que se ha acumulado durante el último año y soldarla en un movimiento capaz de forzar la salida de los tories del gobierno.
Sin embargo, la pregunta que se hacen muchos trabajadores es: ¿cuál es la alternativa? Un año después de la elección de Keir Starmer como líder laborista, éste está cayendo en picada en las encuestas, y los laboristas han sufrido un descenso de 16 puntos en su índice de favorabilidad. El liderazgo de Starmer está totalmente motivado por convencer a la élite capitalista de que es un representante fiable de sus intereses, y que está aniquilando al corbynismo.
Desde ese punto de vista, su liderazgo ha sido un éxito, ¡pero no electoralmente! Increíblemente, a pesar de todo lo que ha hecho, Johnson está actualmente por delante en las encuestas. Esto no es un respaldo a los tories, sino una condena a las políticas pro-capitalistas de Starmer.
Len McCluskey, secretario general de la izquierda del mayor sindicato afiliado a los laboristas – Unite – ha argumentado con razón que el laborismo es visto actualmente, en el mejor de los casos, como “aburrido, ausente de convicciones o de presencia, y en el peor, como oportunista”, y ha pedido que cambie de rumbo. Sin embargo, no hay la más remota posibilidad de que esto ocurra. Desde el momento en que fue elegido, Starmer ha estado desechando sistemáticamente las políticas de izquierda de la era Corbyn, así como al propio hombre.
El secuaz de Tony Blair, Peter Mandelson, ha pedido a Starmer que lance una revisión de las políticas y que abandone abiertamente las políticas de Corbyn por otras “creíbles y asequibles”, es decir, pro-capitalistas. El deseo de Mandelson ya se ha cumplido por grados. Ante las numerosas ocasiones en que se ha preguntado sobre la política laborista de nacionalizar la empresa de telecomunicaciones BT, Starmer se ha negado a responder, prometiendo en cambio ser “pro-empresa”. La nacionalización apenas se menciona. Incluso ante la quiebra de Liberty Steel (empresa de Acero) no han hecho un llamamiento claro a la propiedad pública, sino que sólo han sugerido a medias que no debería descartarse.
Johnson dejó entrever sus verdaderas opiniones cuando afirmó que “la codicia y el capitalismo” eran los responsables del desarrollo de la vacuna. Consciente de la creciente indignación por la codicia del capitalismo, trató de ocultar sus comentarios como una broma.
Hasta finales del año pasado, las codiciosas empresas farmacéuticas habían recibido 11.700 millones de libras esterlinas sólo del gobierno británico para subvencionar el desarrollo de la vacuna. Sin embargo, ninguna de las empresas farmacéuticas está dispuesta a renunciar a “sus” derechos de propiedad intelectual sobre las fórmulas de las vacunas para permitir que los países neocoloniales produzcan las suyas. La codicia capitalista se antepone siempre a salvar vidas. Imaginemos que un líder laborista estuviera dispuesto a exigir que -en lugar de entregar miles de millones a las empresas farmacéuticas- éstas fueran nacionalizadas, bajo el control y la gestión democrática de los trabajadores, para producir vacunas y medicamentos por necesidad y no por lucro. Una política así sería enormemente popular, pero requeriría entrar en oposición con el capitalismo británico, algo inimaginable para Starmer.
Cuando Johnson ganó las elecciones generales hace apenas quince meses, los representantes del capitalismo estaban extasiados por la derrota de Jeremy Corbyn, al que tachaban de “marxista”. Como la profunda crisis de su sistema ha quedado al descubierto con la pandemia de Covid, deben estar agradeciendo a sus estrellas de la suerte que al menos tienen un hombre en el que pueden confiar como líder del Partido Laborista. Para la clase trabajadora, sin embargo, esto plantea la necesidad urgente de un partido en el que puedan confiar para luchar por sus intereses.
Por desgracia, en este momento Corbyn y los líderes de la izquierda de los sindicatos afiliados al Partido Laborista parecen seguir esperando contra toda esperanza que el Partido Laborista pueda de alguna manera ser empujado hacia la izquierda y que tal vez los tribunales puedan forzar la reincorporación de Corbyn al Partido Laborista Parlamentario.
Los peligros de confiar principalmente en los tribunales capitalistas como medio para luchar contra la dirección capitalista del Partido Laborista quedaron demostrados por los escandalosos costos de 65.000 libras esterlinas acumulados en Anna Rothery, la candidata a la alcaldía de Liverpool apoyada por Corbyn y Unite, cuando impugnó sin éxito su exclusión de la votación de selección. Si Rothery se presentara como independiente, con un programa claro contra los recortes y con el apoyo de Unite, transformaría la situación política en Liverpool. Desgraciadamente, no parece que tenga intención de hacerlo. Sin embargo, se necesita desesperadamente una voz contra los recortes y a favor de la clase trabajadora en las urnas, tanto en Liverpool como a nivel nacional.
Por ello, una parte vital del debate de nuestro comité nacional fue la movilización en apoyo del desafío de la Coalición Sindicalista y Socialista (TUSC) en las elecciones de mayo, en las que el Partido Socialista está desempeñando un papel importante. La TUSC se presenta a las alcaldías de Liverpool y Bristol, así como a los escaños de la lista de la Asamblea del Gran Londres, al Parlamento escocés, al Senedd galés y a más de 300 escaños municipales. El TUSC proporcionará un medio para que los sindicalistas combativos, los activistas de la comunidad de la clase trabajadora y del movimiento social, y los socialistas de todas las organizaciones o de ninguna, se unan bajo un paraguas electoral común. Es un pequeño, pero importante, paso hacia la solución de la crisis de representación política de la clase trabajadora.
Además de hacer campaña por el TUSC, también construiremos el Partido Socialista, tratando de llegar a los muchos miles de trabajadores y jóvenes que han llegado a la conclusión durante la pandemia de que tenemos que romper con el sistema capitalista enfermo impulsado por la ganancia y crear una alternativa socialista democrática. El punto de partida para hacerlo sería llevar a las grandes corporaciones y bancos que dominan la economía a la propiedad pública democrática, con el fin de aprovechar sus recursos para desarrollar una economía planificada socialista impulsada por las necesidades de la humanidad y el planeta, no por los beneficios de unos pocos.
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